Donde el juicio se disuelve
- jimena martinez
- 10 abr
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 30 jun
Nos enseñan que quererse es mirarse con agrado, repetirse elogios como mantras, sostener la mirada sin parpadear. Pero nadie pregunta: realmente, ¿qué es gustarse? ¿Según qué medida? ¿Quién tejió el patrón que ahora buscas en tu reflejo? ¿De quién heredaste esa vara con la que te mides?
Gustarse a uno mismo parece ternura, pero muchas veces es obediencia disfrazada. Otra forma de evaluarte. Como si amar tu imagen fuera suficiente, aunque no sepas quién la construyó.

Pero la verdad es esta: la autoestima, tal como nos la cuentan, es solo otro juicio. Una trampa más del ego que busca validar su existencia. Te dice: “Eres suficiente”, pero lo hace midiendo. Compara, etiqueta, aprueba.
¿Quién instaló al juez que vive en tu pecho? ¿Quién te convenció de que tu presencia necesitaba ser aprobada… incluso por ti? ¿Y quién eres tú, sino una voz que ha aprendido a juzgarse a sí misma, como si pudieras evaluarte desde fuera?
En cambio, habitarse —con todo lo que eres— es una ternura radical. Estar contigo sin aplausos, sin necesidad de pulirte. Respirarte. Y quedarte.
Desde niños nos recubren de palabras como si fueran verdad: “Qué listo”, “qué bueno”, “qué guapa”. Y vamos creyendo que el amor se gana, que se merece, que se sostiene si cumplimos. Nos ponemos esos halagos como trajes. Y cuando no nos quedan, cuando nos aprietan… sentimos que ya no somos.
Así nace el exilio: dejamos fuera lo que no gusta, lo que no encaja, lo que incomoda. El alma se parte. Una parte actúa. Otra se esconde.
La grandeza de la vida es que cuanto más te alejas de tu esencia, más fuerte es la llamada del corazón, que te dice: vuelve.
Y al volver, no encuentras perfección. Encuentras sombra. La parte que no posaba bien. La que no gustaba. La que nunca fue nombrada.
No es error. Es tu verdad más desnuda. Y no quiere que cambies, solo que te sientes a su lado sin temblar.
¿Quién eres tú para rechazar tu esencia? ¿Quién para mirar tu tristeza y negarla? ¿Quién para creer que tu ser debe justificarse?
Entonces descubres: todo lo que ves en el otro vive también en ti. Lo que detestas. Lo que envidias. Lo que admiras y lo que temes. Espejos, todos. Reflejos simultáneos de un ser sin bordes.
Y comprendes:
No hay nada que no seas. ¿Eres la yogui que medita cada mañana o la que no puede ni levantarse? ¿La madre entregada o la que quiere fugarse a veces por un rato? ¿Eres la emprendedora con agenda impecable o la que no sabe por dónde empezar? ¿Eres la que cuida plantas, perros, hijos, heridas… o la que se olvida de regarse a sí misma?
Sí. Eres todo eso. Y también lo que no muestras. Lo que cambia, lo que duda, lo que no encaja en ninguna etiqueta fija. Eres lo que no cabe en un post de motivación. Lo que no hace falta explicar para que exista.
Todo lo que tocas te pertenece, y sin embargo…
no eres nada que necesite sostenerse. No estás hecha para conservar una sola forma, ni para justificar tu existencia. No hay molde fijo. No hay versión definitiva de ti misma.
Lo eres todo. Y no lo eres nada.
Porque ser no está en lo que acumulas, ni en lo que puedes nombrar. Está en lo que te atraviesa y te deja viva. En lo que nace y muere sin explicarse.
Entonces entiendes: la verdadera autoestima no es el ruido del “mírate y quiérete”. Es el descanso de “no tengo por qué gustarme”. Puedo simplemente ser.
Porque gustarte —una vez más— es una forma de evaluar. Es exigir. Y ¿quién eres tú para pedirte que seas mejor que tú misma?
Ser no necesita juicio. No busca pulirse. No requiere aplausos ni etiquetas. No necesita aprobación. Ni siquiera la tuya.
Y justo ahí, cuando ya no te puntúas, cuando dejas de usar tu espejo como tribunal, el ego se disuelve, como un susurro que pierde fuerza al no ser escuchado.
Porque el ego quiere narrativa. Quiere decorarse. Quiere gustarse para poder existir. Pero ser… ser solo quiere respirar.



Comentarios